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Alma Carbajal – Writer

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Dulce melancolía

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Melancolía, salvación ilimitada,

subjetiva,

nada acorta su eco,

ni la suma de sus virtudes.

Las ocasiones en que se intensifica,

se aísla en la perfección del alma,

en las fauces del silencio o a la desesperación.  

Al final,

crea una agonía inevitable en los recovecos del cuerpo,

sin embargo,

el espíritu siempre rebelde,

busca levantar el vuelo,

para separar al ser humano de la dulce fatiga.

Dulce, dulce melancolía, procúrame una tumba vacía,

una noche serena

un recuerdo intenso,

la eternidad cantada en poesías.

Esta obra de ALMA A. C. CARBAJAL GUZMÁN está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

To fly…

No escucho.

Cero pulsaciones,

la premonición se agranda en la garganta.

Dulce violencia es la pasión,

que se amarga

en las francas aguas de la inocencia.

Perdí el vuelo,

la habilidad de conversar con el aire,

de aterrizar en cualquier emoción,

en el hálito delirante.

Ahora,

ya no escucho,

ya no más,

las pesarosas tormentas

sacuden mi alma,

ya no más alada melancolía,

esta sumergida

en las garras  tenues de la luz divina. 

Esta obra de ALMA A. C. CARBAJAL GUZMÁN está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

Cuerpo

La vasta gratitud baja por los huesos,

nada tiene sabor.

La bofetada húmeda, negra,

la expresión volátil,

las piernas mudas, atentas,

                                                           la costilla…

                                                                             rota

                                                                                       antes de marchar fuera del paraíso.

Despedida de recipientes apagados,

todos yacen lejos

ardiendo,

iluminando un mundo eterno.

El alma se despide… solo en versos. 

Esta obra de ALMA A. C. CARBAJAL GUZMÁN está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

San Juan 23

Alejada de la premura de la tierra,

yo quiero estar.

Allá arriba, en las mareas del viento,

yo quiero ser.

Cabalgando en la furia del trueno,

en alto quiero hablar.

Dejando mi cuerpo entre nubes,

yo quiero respirar.

Del cielo el bautismo,

de los infiernos los anhelos cumplidos.

Que el firmamento abra la boca al desconcierto de mi corazón.

Que mi alma ya antigua pueda recobrar el valor.

Esta obra de ALMA A. C. CARBAJAL GUZMÁN está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

Asombro del silencio

A mi padre.

Compartimos las horas,

compartimos el llanto,

yo apenas descubriendo la existencia,

tú acorazado tras el silencio, como siempre.

Jamás compartimos un ensamblaje verbal perfecto,

pero lo que narrabas con la mirada,

era suficiente,

para contarme lo difícil de los días,

el cansancio del mundo

el aturdimiento de la jornada

y el desgarre de las voces.

El silencio siempre fue nuestra lengua,

podíamos reír juntos

cantar juntos,

escuchar al pensamiento con  tregua claridad.

Gracias al silencio

                                     \ tu silencio

aprendí a despertar

con asombro,

 a todo lo que yace en mi interior.

Gracias a ti puedo ser – sin rotas confusiones – yo.

Esta obra de ALMA A. C. CARBAJAL GUZMÁN está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

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La última noche

La noche es el bálsamo para quienes aborrecen al anodino sol. Ana regresa a casa con el atardecer bañándole la espalda. Las últimas noches no ha podido descansar, anhela con ardor poder recostar su cabeza sobre la almohada y entregar su despierta conciencia a la bóveda oscura del reparador sueño. Como una especie de oración todas las noches repite: “No me acompañes, déjame ir. No quiero despertar, solo quiero dormir”. Sin saberlo, hay voces, miradas que la acompañan, espíritus que ilustres buscan dominar la materialidad del mundo, ofrecen piezas de carne a cambio de la solución para las sumisas aflicciones.

Ana camina por la avenida Otranto. Despierta. El reloj marca las nueve y la fracción siniestra de sueño que ha tenido la mantiene una vez más, exhausta. 

Ana camina por la avenida Otranto. Un joven se le acerca, no puede verle el rostro. Despierta. El reloj marca las ocho; el sueño ha dejado en los labios, una esencia rota de absenta, suplicando otro trago imaginario. Sigue exhausta a pesar de la verde enajenación.

Ana camina por la avenida Otranto. Un joven se le acerca y con voz opaca le pregunta la hora. Ella mira su reloj de pulsera, sin poder observar la hora, despierta. El reloj de su cabecera marca las siete con treinta; el sueño a nublado su corazón, este ya no se precipita hacia el abismo del descanso.

Ana camina por la avenida Otranto. Un joven se le acerca y la abraza con desesperación. Ella se queda inquieta mirando con obnubilación la inquebrantable escena. Despierta. El reloj no suena, lo que la despierta es un sonido hueco proveniente del espejo.

Otra noche más; Ana pasa las páginas de su alma envuelta en un llanto invisible, recordando la dicha de la niñez, cuando el cansancio del juego le hacía sumirse en un apacible sueño. El atardecer se evapora en la sombra inquieta de los condominios, gigantes que observan deslavarse los rostros de la ciudad.

Ana camina por la avenida Otranto, con prisa, porque la noche se ha encajado en lo más hondo de las horas, peligra. Un joven se le acerca con la camisa abierta, la abraza, le susurra: “Te quedas en mis brazos, con cantos, música y ahogos fatigados”. Ella cae y se desvanece en el  piso.

Desde el otro lado de la calle Ana se abofetea a sí misma, no pasa nada y sigue observando extraña  la escena, soñando despierta.


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THE WICKER MAN

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Lenguas de plata susurran sortilegios,

manos rojas , amaneceres tardíos,

pies, dedos, ojos,

todos esperan la purificación de un sol negro.

La hoguera pronuncia tu nombre,

tus oídos escuchan la marcha de los dioses,

todos buscan un trozo de ti,

una pieza de tu alma,

remojada en el vino de la alabanza.

La noche bebió tus lagrimas,

embriago a los vientos,

y en tus amarras puso el aliento

de la sola

una sola,

para acompañarte a través de las horas,

la nada.

POSDATA A MI CUERPO

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Esta misiva no es con ánimo de lucro, es para devolverme algunos minutos, para cerrar –  y otras veces abrir –  la puerta. Con intención inconsciente y consiente te dejé hace tantos kilos – hace tantos años –  por debajo de la media. No te quiero, no te deseo, aún no logro abrazarte completamente, pero no puedo hacer otra cosa, que seguir alimentándote. Todos los días despierto para palparte tras el hastío de cada amanecer; voy recorriendo la sabana pálida de mi piel, para saber si no te has salido de lugar, si no hay nuevas cordilleras que muevan a mi espíritu a no desayunar esa mañana.

Sigo mirándote en el espejo, te reconozco –  a veces te acepto, a veces solo quiero desviar la mirada – pero ya no te miro, no por mucho tiempo; todavía sigue latiendo la agonía entre mis costillas; quiero quererte, quiero ajustarme y ajustarte a la medida de mi realidad; sigo sin poder comprender que tanto daño te hago negándote los placeres del gusto (somos dos almas divididas en medio de una batalla, haces todo lo que sea por sobrevivir –  y lo razono –  y yo hago lo que sea por quedarme en la línea divisoria y no estar de nuevo en el bando enemigo, por muy tentador que sea inmortalizarme de una forma que pocos llegarán a entender).

En el largo camino a la aceptación, dejé piezas que los años se encargarán de darle otro poder: la reflexión. A ti, mi cuerpo, con brazos de ramaje extraño, piernas de dimensiones inaceptables, y blancura espesa y liquida, te quiero a la mitad, te extraño a la mitad y te acepto a la mitad; demasiado pronto diría yo para darle un vuelco positivo a mis percepciones.

¿Quién puede vivir con la luz cegadora de una sonrisa las 24 horas o en la penumbra de las asechanzas invisibles por tanto tiempo?

Posdata: Mi cuerpo no ha muerto, ha muerto el sentimiento que lo tenía hambriento, sin embargo su fantasma aún continua paseándose entre mis huesos.

 

 

 

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WALPURGIS

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Photo by Oscar Keys on Unsplash

 

Lenguas de cristal

resuenan en el ciego albor de la noche.

Cantos invisibles invierten la naturaleza,

el juego entre las piernas,

la voluntad puesta sobre la boca,

él la devorará,

me devorará.

Las estrellas se precipitan sobre el pecho,

besos, risas, alientos, piel sobre piel,

criaturas de pálidos rostros exclaman un acorde perfecto,

una sola voz

para los osados de corazón.

Esta plegaria solo puede pronunciarse con el viento en contra, a esa hora donde la verdad se asoma:

“Con tu llama implacable violenta mi alma, señor del eterno verano”.

 

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