Por: Alma A. C. Carbajal Guzmán
Para M.A. V.
19 Octubre 2000
El roció de las flores profetiza que todavía hay lágrimas que permanecen después de la tormenta. Se que mi tristeza nunca acabara hasta que haya otro sortilegio que pueda liberarme de tu mirada. Yo, esta Eva incauta y confiada, fue desterrada de tu costilla, solo para darme cuenta que tu paraíso no estaba conmigo, sino en los ojos de quienes te crearon; me sentí traicionada y llore a un Dios Pagano por justicia, por una respuesta a la mentira de que venimos de a dos. Tú no eres un ser metamórfico, añadiste tanta importancia a otras personas que te volviste una roca conmigo; entonces tu voz fue palideciendo, haciéndose tan pequeña que se perdió en el horizonte, tuve momentos felices cuando eso paso, porque quizá lo nublado de mis días desaparecería, pero tú como vendaval regresaste a reclamar algo que ya no era tuyo, quede fulminada por la encandilable luminosidad de tu capricho. Las lagrimas volvieron cada tanto con los cambios de estación, pedí al firmamento que se tragara mi dolor y lo reflejara al otro lado del mundo, pero no fue así. Ahora quedo sola y acompañada – por alguien que no entiende, que jamás entenderá – solo resta esperar el diluvio o la separación aunque eso me convierta en una estatua de sal. Tanta incomprensión no puede volverse a mirar.
Cuando se detendrá este diluvio antes de correr hacia el mar? Aún no lo se.
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