El mar, las lágrimas, el dolor… al final, todo termina en el abismo.
Ella tuvo muchos nombres, muchos rostros, muchos sueños. Al final, ella fue deseo… fue eternidad… aquel que la «amó» su nombre nunca pudo descifrar.
Estrellas que coronan la ilusión que hace tiempo se desvaneció.
Las sombras la colocaron en la infértil luna, donde la ingravidez devora la luz de sueños rotos, horas tras hora. Ella se pasea en el reflejo de lo ocaso incierto, donde los sonidos orbitan lejos de la memoria del tiempo.
Ella no estaba preparada. ¿acaso alguien lo está? Eran las cinco de la tarde, había llegado puntual a la habitación de hotel. Abrió la puerta, en el cuarto no había nada especial, nada especifico u original. La alfombra olía un poco a jabón industrial, y en el aire flotaba el carcomido aroma del cigarrillo de un extraño.
Ella se sentó por un momento en la cama, a lo lejos divisó un cartel de las vacaciones soñadas – aquella publicidad barata le provocó una náusea intermitente – tomó la botella de agua del buro y la bebió toda, como si el líquido se hubiera convertido de pronto en el antídoto para el malestar. Desafortunadamente, su náusea no tenía cura, ni por charla, ni por reconfigurar su química cerebral. Los años, por otro lado, le habían dado la pauta para confirmar sus sospechas: la panacea se encuentra cruzando el alba.
Ella se desvistió apenas la manecilla grande del reloj de la entrada señaló la media hora. Se aproximó a la ducha con la piel de gallina; Enero todavía no cruzaba el umbral del hades, el ambiente se sentía pesado; podría ser un recuerdo, un fantasma, que insistente invitaba a la huésped a precipitarse de un salto hacia la absolución.
Ella, tímida, entró bajo la tibia lluvia de la ducha, mientras pausadas lágrimas se fundían con el agua. Un largo sollozo, un quedo aullido, interrumpió aquel silencioso cuarto de hotel. ¿Cuántas mujeres en su empeño de desaparecer la tristeza han perecido bajo el agua?
Ella tomó la navaja y con presteza la deslizó contra la piel de oro blanco de sus brazos. Profundo, profundo – cavó y acertó, la piel cambia de color y comienza la persecución; como el cazador que persigue a la invisible presa, que busca salvar la vida en los páramos nublados de su tristeza.
Ella, temblorosa, abrió un poco más el agua caliente y se sentó a esperar a que el remedio surtiera efecto; esperaba algo súbito, algo increíble, algo insólito; nada, todas las posibilidades perecieron bajo el vapor.
Ella… poco a poco cerró los ojos, aquellos ojos grandes que por mucho tiempo contemplaron la indiferencia, la amable pantomima de corazones cobardes. Ella escuchó a lo lejos una canción en la habitación contigua – Fly me to the moon – una media sonrisa se dibujó en sus labios de ave, que apenas abiertos susurraron un nombre, que el agua se encargó de deslizar con rapidez por la coladera.
El agua aclaró su tristeza y se llevó el veneno que circulaba en su noble corazón. Ella se alejó de este mundo… con el rumor del agua, hacia la nada… trascendió… sencilla, virtuosa, pura… se convirtió pura… en pura alma.
Esta obra de ALMA A. C. CARBAJAL GUZMÁN está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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