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Alma Carbajal – Writer

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Relato

Agua…

              

El mar, las lágrimas, el dolor…  al final, todo termina en el abismo.

Ella tuvo muchos nombres, muchos rostros, muchos sueños. Al final, ella fue deseo… fue eternidad… aquel que la «amó» su nombre nunca pudo descifrar.

Estrellas que coronan la ilusión que hace tiempo se desvaneció.

Las sombras la colocaron en la infértil luna, donde la ingravidez devora la luz de sueños rotos, horas tras hora. Ella se pasea en el reflejo de lo ocaso incierto, donde los sonidos orbitan lejos de la memoria del tiempo.

Ella no estaba preparada. ¿acaso alguien lo está? Eran las cinco de la tarde, había llegado puntual a la habitación de hotel. Abrió la puerta, en el cuarto no había nada especial, nada especifico u original. La alfombra olía un poco a jabón industrial, y en el aire flotaba el carcomido aroma del cigarrillo de un extraño.

Ella se sentó por un momento en la cama, a lo lejos divisó un cartel de las vacaciones soñadas – aquella publicidad barata le provocó una náusea intermitente – tomó la botella de agua del buro y la bebió toda, como si el líquido se hubiera convertido de pronto en el antídoto para el malestar. Desafortunadamente, su náusea no tenía cura, ni por charla, ni por reconfigurar su química cerebral. Los años, por otro lado, le habían dado la pauta para confirmar sus sospechas: la panacea se encuentra cruzando el alba.

Ella se desvistió apenas la manecilla grande del reloj de la entrada señaló la media hora. Se aproximó a la ducha con la piel de gallina; Enero todavía no cruzaba el umbral del hades, el ambiente se sentía pesado; podría ser un recuerdo, un fantasma, que insistente invitaba a la huésped a precipitarse de un salto hacia la absolución.

Ella, tímida, entró bajo la tibia lluvia de la ducha, mientras pausadas lágrimas se fundían con el agua. Un largo sollozo, un quedo aullido, interrumpió aquel silencioso cuarto de hotel. ¿Cuántas mujeres en su empeño de desaparecer la tristeza han perecido bajo el agua?

Ella tomó la navaja y con presteza la deslizó contra la piel de oro blanco de sus brazos. Profundo, profundo – cavó y acertó, la piel cambia de color y comienza la persecución; como el cazador que persigue a la invisible presa, que busca salvar la vida en los páramos nublados de su tristeza.

Ella, temblorosa, abrió un poco más el agua caliente y se sentó a esperar a que el remedio surtiera efecto; esperaba algo súbito, algo increíble, algo insólito; nada, todas las posibilidades perecieron bajo el vapor.

Ella… poco a poco cerró los ojos, aquellos ojos grandes que por mucho tiempo contemplaron la indiferencia, la amable pantomima de corazones cobardes. Ella escuchó a lo lejos una canción en la habitación contigua – Fly me to the moon – una media sonrisa se dibujó en sus labios de ave, que apenas abiertos susurraron un nombre, que el agua se encargó de deslizar con rapidez por la coladera.

El agua aclaró su tristeza y se llevó el veneno que circulaba en su noble corazón. Ella se alejó de este mundo… con el rumor del agua, hacia la nada… trascendió… sencilla, virtuosa, pura… se convirtió pura… en pura alma.


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La última noche

La noche es el bálsamo para quienes aborrecen al anodino sol. Ana regresa a casa con el atardecer bañándole la espalda. Las últimas noches no ha podido descansar, anhela con ardor poder recostar su cabeza sobre la almohada y entregar su despierta conciencia a la bóveda oscura del reparador sueño. Como una especie de oración todas las noches repite: “No me acompañes, déjame ir. No quiero despertar, solo quiero dormir”. Sin saberlo, hay voces, miradas que la acompañan, espíritus que ilustres buscan dominar la materialidad del mundo, ofrecen piezas de carne a cambio de la solución para las sumisas aflicciones.

Ana camina por la avenida Otranto. Despierta. El reloj marca las nueve y la fracción siniestra de sueño que ha tenido la mantiene una vez más, exhausta. 

Ana camina por la avenida Otranto. Un joven se le acerca, no puede verle el rostro. Despierta. El reloj marca las ocho; el sueño ha dejado en los labios, una esencia rota de absenta, suplicando otro trago imaginario. Sigue exhausta a pesar de la verde enajenación.

Ana camina por la avenida Otranto. Un joven se le acerca y con voz opaca le pregunta la hora. Ella mira su reloj de pulsera, sin poder observar la hora, despierta. El reloj de su cabecera marca las siete con treinta; el sueño a nublado su corazón, este ya no se precipita hacia el abismo del descanso.

Ana camina por la avenida Otranto. Un joven se le acerca y la abraza con desesperación. Ella se queda inquieta mirando con obnubilación la inquebrantable escena. Despierta. El reloj no suena, lo que la despierta es un sonido hueco proveniente del espejo.

Otra noche más; Ana pasa las páginas de su alma envuelta en un llanto invisible, recordando la dicha de la niñez, cuando el cansancio del juego le hacía sumirse en un apacible sueño. El atardecer se evapora en la sombra inquieta de los condominios, gigantes que observan deslavarse los rostros de la ciudad.

Ana camina por la avenida Otranto, con prisa, porque la noche se ha encajado en lo más hondo de las horas, peligra. Un joven se le acerca con la camisa abierta, la abraza, le susurra: “Te quedas en mis brazos, con cantos, música y ahogos fatigados”. Ella cae y se desvanece en el  piso.

Desde el otro lado de la calle Ana se abofetea a sí misma, no pasa nada y sigue observando extraña  la escena, soñando despierta.


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POSDATA A MI CUERPO

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Esta misiva no es con ánimo de lucro, es para devolverme algunos minutos, para cerrar –  y otras veces abrir –  la puerta. Con intención inconsciente y consiente te dejé hace tantos kilos – hace tantos años –  por debajo de la media. No te quiero, no te deseo, aún no logro abrazarte completamente, pero no puedo hacer otra cosa, que seguir alimentándote. Todos los días despierto para palparte tras el hastío de cada amanecer; voy recorriendo la sabana pálida de mi piel, para saber si no te has salido de lugar, si no hay nuevas cordilleras que muevan a mi espíritu a no desayunar esa mañana.

Sigo mirándote en el espejo, te reconozco –  a veces te acepto, a veces solo quiero desviar la mirada – pero ya no te miro, no por mucho tiempo; todavía sigue latiendo la agonía entre mis costillas; quiero quererte, quiero ajustarme y ajustarte a la medida de mi realidad; sigo sin poder comprender que tanto daño te hago negándote los placeres del gusto (somos dos almas divididas en medio de una batalla, haces todo lo que sea por sobrevivir –  y lo razono –  y yo hago lo que sea por quedarme en la línea divisoria y no estar de nuevo en el bando enemigo, por muy tentador que sea inmortalizarme de una forma que pocos llegarán a entender).

En el largo camino a la aceptación, dejé piezas que los años se encargarán de darle otro poder: la reflexión. A ti, mi cuerpo, con brazos de ramaje extraño, piernas de dimensiones inaceptables, y blancura espesa y liquida, te quiero a la mitad, te extraño a la mitad y te acepto a la mitad; demasiado pronto diría yo para darle un vuelco positivo a mis percepciones.

¿Quién puede vivir con la luz cegadora de una sonrisa las 24 horas o en la penumbra de las asechanzas invisibles por tanto tiempo?

Posdata: Mi cuerpo no ha muerto, ha muerto el sentimiento que lo tenía hambriento, sin embargo su fantasma aún continua paseándose entre mis huesos.

 

 

 

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Extraño and beautiful insomne

 

Por: Alma A. C. Carbajal Guzmán

 

 

 

Página de un Diario encontrado en las inmediaciones de Seaside, Waterford – Connecticut. 

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01- 1996

 

Ayer tuve una de las peores – si no es que fue la más enorme de todas – crisis de mi vida. La luna no quiso cobijarme con la manta plateada del descanso, prefirió acuchillarme los nervios de la cabeza; los sonidos se hicieron metálicos, cercanos, fieros y rutilantes, los silencios por primera vez me hablaron de una queja desconocida, franca, pero al fin y al cabo era un martirio, quizá por eso los silencios van cosidos de la boca, son el infierno para quienes los escuchan por primera vez.

 

La presión de mi cabeza aumentaba en cuanto tocaba la almohada, su afelpamiento no daba confortabilidad, era un instrumento de tortura que machacaba mis sienes, con esas agujas invisibles; la cama era mi dama de hierro, las cobijas eran las cadenas que sujetaban todos los sentidos y sensaciones de mi cuerpo.

 

Estuve atrapada,  quizá cerca de cinco horas. En algún momento en que la madrugada bostezo de aburrimiento, dejo mi cuerpo en un parábola extraña de sueño, pues mi mente seguía despierta y perceptible; ahí quede hecha un guiñapo tras los primeros rasguños de sol sobre la cortina.

 

El insomnio se carcajeo de mi sobre el espejo y ese pequeño embrujo de risa, junto con la luz me transformaron en un zombie, que no quiere sesos – porque realmente lo que no quiero es seguir pensando – que desea dormir, ya sea en brazos de Morfeo o en brazos de la muerte. Sueño similar, el sitio de descanso, uno es para volver y el otro para iniciar un camino a ese lugar que nadie puede nombrar;  una vez que ingresas tu ultimo aliento, es el pase de entrada, para nunca salir.

 

 

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#She…

Por: Alma A. C. Carbajal Guzmán

 

 

 

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Ella extrañaba las charlas de café, la crítica excesiva y violenta de una buena o mala película, los abrazos espontáneos, los besos enfrascados en mil horas. Poco a poco las lágrimas fueron deslavando todo lo que al inicio fue algarabía y sorpresa. Las horas le fueron pesando en el cuerpo y ya no quiso ver a través de los reflejos del amor su nombre escrito con aliento y aire.

 

Rebusco entre todas las paginas húmedas de cada pesadilla y cuando quería restaurar el amanecer en la sonrisa de él, la mirada acusante, la molestia de una queja de tinta indeleble,  ofusco de una forma asfixiante todos los ademanes tiernos aún no nacidos, su mirada enamorada se tornó sombría, ella era toda confusión, la claridad del porqué, jamás salió a la luz se volvió al frágil ayuno de una tumba.

Ella tenía miedo dormir, porque sabía que por más que durmiera, nunca despertaría de la agonía soporífera que le escurría en las mejillas cada noche al acostarse. ¿Nada cambiaría?

 

Al final, le escribió en el chat:

  • Me duele pensar en ti cuando pienso románticamente. Ya no quiero ponerte en un lugar donde no quieres estar (mi corazón) Ya no quiero pensar en ti cuando miro un vestido de novia, o veo a una pareja de la mano por la calle poniendo besos tiernos en la frente del otro. Porque estoy cansada de dormirme todos los días con un nudo de dudas en la garganta, con un nudo de cosas que tenía que haberte contado en una de nuestras charlas de café. Nunca entendiste que el tiempo no es como el dinero, alcanza para todo, en especial cuando alguien necesita ser escuchado. Ya no quiero que estés ahí (mi alma).

 

Ella en un efecto mecánico  pulsó el botón, envió el mensaje; luego,  el viento le decoloro el llanto y no dudo de abrazar su tristeza hasta hacerla entrar en sus entrañas,  para no volver a tener esa sensación que considero absurda;  amor. Puso el pie derecho en el vacío y el izquierdo al otro lado del velo.

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Remember Rain

Por: Alma A. C. Carbajal Guzmán

 

 

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El rugido de la próxima tormenta trajo al carrusel de mis recuerdos,  un beso en rojo, luego, con crueldad,  se extinguió en verdes segundos. La nube comienza a sollozar lento; no arrecia demasiado en su angustia, quieta, espera que mi corazón vaya alimentando el recuerdo conforme avanza un tropel plomizo, en tanto,  éste deja una estela húmeda de palpitaciones sobre mi pecho.

 

Llegamos a lo alto de la nube, de una cumbre, de una mirada. Tan cerca y con el cielo lanzando suspiros húmedos, los labios censuraron el tiempo, cerrando la lejanía de ambos cuerpos. El frió fue derrotado por la llama de un abrazo y del aliento,  que violentamente predecía que el pudor caería de rodillas, entre las tiernas comisuras, bajo la tortura de una lengua.

 

Esa tarde vistió de luto,  y con queja incierta de vientos rebeldes; abrió para dos amantes un sol de papel, desplegado en una sonrisa, en el acercamiento de una piel paralela,  a un amor de siglos perdido.

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Profecía

Por: Alma A. C. Carbajal Guzmán

 

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Las dos de la mañana, ni un alma despierta, solo la mía pateando la puerta de mis angustias. Ya no podía seguir poniéndome high para que no fuera a caer en la vergüenza de dejarla entrar a llorar sobre mis pupilas. Solo una pastilla más solo un trago de agua mineral, para aplacar el retumbar de las vías cuando pase el tren de la insolencia, del insolente químico que hará elevarme a algún extraño e involuntarioso sitio, frio y magnéticamente siniestro.

 

Sonaba en mi celular una y otra vez Cloud #9 de Lennon, el aire del verano lamió de golpe mi piel, esa sensación obnubilación hizo que me dirigiera a la azotea; las pastillas habían hecho su efecto, buscaba en el cielo alguna frontera azul, no había nada, solo un oleaje rojo que me devolvía una mirada encendida, fúrica, sabía que era soul, jugando con mi mente, pudo abrir la puerta y dejo que mi aflicción se subiera a mi cabeza, estilizo todos mis pasajes oscuros, lo que al final provoco que saltará. ¿Salté? ¿Salté? ¿Salté? ¿Salté? ¿Salté? ¿Dónde, dónde dónde?

 

Desperté recostado sobre la cama, abrí las ventanas y el día estaba nublado;  recostado en una cobija ceniza, con los blancos ojos cerrados;  parecía no querer llover. De pronto vi algo que cayó al vacío, era yo, ¿cómo era posible? No quise mirar, puse mi valor en perspectiva,  al final miré, no había un cuerpo, nada.  Sin embargo una pequeña herida carmín salió de mi frente, luego la sangre, luego el cuello se quebró en los pálidos dientes de la muerte, así el desenlace advino por un corazón destrozado contra el asfalto; caí de súbito al suelo, fulminado por la eternidad, que me hacía repetir como una fastidiosa agonía mi profecía, el suicidio de mi alma, ella quiso dejar este mundo. ¿Yo? Aún no lo decido.

 

 

 

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Lazarus

Por: Alma A. C.  Carbajal Guzmán.

 

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Los sortilegios son senderos de palabras, que pueden volver al pensamiento una pesadilla eterna, o bien transmutar la fantasía en realidad;  la mirada indemne de un amante, después del accidente del beso, es  algo parecido, más poderoso, dejando el alma en una especie de letargo, entre nudos interminables de caricias.  El pensamiento no puede sintonizar otra imagen. ¿Que quedará al final del purgatorio emocional? ¿Quién sera apresado y quién el carcelero de tan abstracto encanto?

 

 

Anne, era una mujer que rozaba los 16 años, se puede decir que rozaba porque no había mudado su piel de 15; se encontraba  semidesnuda recostada en la cama, tocándose con el dedo meñique  el clítoris,  entretanto,  recitaba levemente y despacito un nombre ininteligible, ese único susurro  despertó al demonio que residía en el umbral de su puerta.

 

– ¡Calla! Basta.  Deja de nombrarle. Acaso no sabes que transpiras azafrán y caléndula. Puedo olerte desde lo profundo de mi caverna y apestas a enamoramiento, no uno cualquiera, porque sigues hechizandote tu sola sin darte cuenta. Tus labios al nombrarlo van tejiendo cuerdas.

 

Después de la llamada de atención, el demonio observo sus pupilas, a modo de medico, mientras Anne seguía recitando el nombre una y otra vez de aquel hombre que recién había conocido hace dos semanas.

 

– Tu alma esta dormitando. ¡Perezosa! – grito –  Pudieras estar despierta de este lado de la puerta, pero en el otro estas embalsamada por un beso y lo peor envuelta en cadenas por un espíritu lunar inmundo,  por una mirada, insignificante mirada humana. Esto es el colmo de la idiotez.  Aprendiz de bruja, tantos años con ustedes, generaciones excelsas casi al principio de la sórdida guerra; eres una vergüenza, estos encantamientos deberías soltarlos  con facilidad tú al viento cual veneno.

 

La joven pronto pareció despertar de la somnífera alegoría sexual  en la que se encontraba.

 

– ¡Lazarus! ¿Quién te ha dado permiso de salir del circulo?

 

– Tú, o lo poco que quedaba en la superficie de tu mal juicio. Una especie de alarma, si necesitas asistencia. El fragmento más superficial de tu alma actúa como proyección astral.

 

Luego de esta súbita e innecesaria explicación puesto que Anne ya sabia el porque de estos menesteres, Lazarus   la abofeteo a garra ardiente.

 

– Por ¡Satanás ! ¿Que te sucede? ¿Porque me golpeas?

 

– Es un recordatorio de tu insensatez. Hasta la maldad necesita disciplina en  algunas ocasiones. Puedes explicarme como ha sucedido esta desavenencia. Soy la burla favorita en los círculos del infierno por tu causa. Tus generaciones no solo se revuelcan en la inmundicia, escupen en tu nombre,  a la última sangre de tu estirpe. Que decepción de discípula ha terminado por tocarme. Sin embargo es buena una reprimenda si es que hay sangre involucrada.

 

Anne sangraba profusamente del rostro por la bofetada, pronuncio tres palabras y su cara volvió a tener la palidez y firmeza de siempre; se levanto de la cama y tomó de la cómoda una bata para cubrirse, ya que  después de haber despertado de la ensoñación, el frió lengüeteaba  juguetón sobre sus pequeños y frágiles pezones.

 

La joven se sentó sobre la cama entrecruzando las piernas, con mirada ajena y dispuesta a escuchar su penitencia, miró a su interlocutor con ojos de oveja, suspiró y exhaló entre los labios el nombre de su enamorado.  Por los 40 cuernos de Lazarus sudaba la desesperación, ansiaba escuchar las razones por las cuales su aprendiz se había dejado hechizar tan vulgarmente.

 

– Lo conocí en un bar;  su mirada estrecho en su recorrido cada parte de mi cuerpo.Él se acerco hacia mi, entablamos una conversación simple – esas que llevan comentarios inútiles, risas, estupideces y  excesos de sarcasmo – luego nos encontramos en ese reflejo de miradas interminables, no podía dejar de mirarle, quería entrar en él.  Deje que cruzara con las manos  la frontera,  en la que mi blusa actuaba como cerco ante una piel exaltada. Busqué la desnudez  parcial de todas las partes implicadas. El reloj nos jugo una mala pasada y se abalanzo sobre nosotros,. la luna se encargo de iluminarme el camino de regreso a casa.  Él traspaso el umbral de la puerta corrediza del apartamento; con sus dos manos en forma de plegaria me tomó del rostro y aproximó sus labios a los míos. En un rezo desesperado, fuimos besando a la pasión por pasión, pero a mi me sucedió algo curioso, fui hilando esos recuerdos involuntariamente, pactando con las sensaciones para retenerlas en el alma, el mayor tiempo posible  – no quería hacerlo, sin embargo, no me resistí  – entonces sus ojos me atraparon y me rendí al  encanto, al calor y presencia de su cuerpo. Caí en una especie de adormecimiento, me recosté sobre la cama;   invadida bajo el yugo de su abrazo  el hechizo comenzó, recite su nombre tres veces cuando me desprendí de la blusa y el sujetador. Seis veces más, y  solo me quede con las bragas puestas. Nueve veces por nueve  y no pude evitar que la lujuria como una fiera, devorase e  invadiera mis sentidos. Y así empece un sortilegio interminable con su nombre palpitando entre mis dedos, mis labios y mi pecho.

 

Para mala fortuna de la chica, el haber relatado con tanto entusiasmo el acontecimiento, le puso de nuevo en un suave y enervante aturdimiento, por lo que comenzó a recitar  de nuevo el nombre imborrable de aquel hombre desconocido.

 

Lazarus la tomó en  sus brazos.  Con una de sus garras estiro su lengua y con el asta numero 36 se la corto. Anne fue liberada en un grito mudo, quedó en las lagunas quietas del silencio por un tiempo, hasta que su lengua fuera creciendo con el paso de los meses.

 

 

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Carta perdida un hórrido 19 de Octubre

 

Por: Alma A. C. Carbajal Guzmán

 

 

 

Para M.A. V.

 

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19 Octubre 2000

El roció de las flores profetiza que todavía hay lágrimas que permanecen después de la tormenta. Se que mi tristeza nunca acabara hasta que haya otro sortilegio que pueda liberarme de tu mirada. Yo, esta Eva incauta y confiada, fue desterrada de tu costilla, solo para darme cuenta que tu paraíso no estaba conmigo, sino en los ojos de quienes te crearon; me sentí traicionada y llore a un Dios Pagano por justicia, por una respuesta a la mentira de que venimos de a dos. Tú no eres un ser metamórfico, añadiste tanta importancia a otras personas que te volviste una roca conmigo; entonces tu voz fue palideciendo, haciéndose tan pequeña que se perdió en el horizonte, tuve momentos felices cuando eso paso, porque quizá lo nublado de mis días desaparecería, pero tú como vendaval regresaste a reclamar algo que ya no era tuyo, quede fulminada por la encandilable luminosidad de tu capricho. Las lagrimas volvieron cada tanto con los cambios de estación, pedí al firmamento que se tragara mi dolor y lo reflejara al otro lado del mundo, pero no fue así. Ahora quedo sola y acompañada – por alguien que no entiende, que jamás entenderá – solo resta esperar el diluvio o la separación aunque eso me convierta en una estatua de sal. Tanta incomprensión no puede volverse a mirar.

Cuando se detendrá este diluvio antes de correr hacia el mar? Aún no lo se.

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